Garza Cuéllar, Eduardo

Vicente Leñero, sediento de Dios

No fue la primera vez que lo vi, pero sí la primera en que lo escuché hablar de su experiencia de fe. La reunión fue en un jardín en Cuernavaca de noche, tras la presentación en la Gandhi de un libro de Javier Sicilia. En torno a una de esas mesas largas y oscuras que obligan a fragmentar la conversación. Leñero sobresalía impresionantemente. Literalmente nos iluminaba. Hablaba de su fe como algo que de cierta manera iba más allá de su voluntad y de sus fuerzas: que lo rebasaba y lo sobrepasaba; que lo desbordaba y lo sobrecogía; que lo revolcaba como una ola. Me impactó la fuerza vital con la que un hombre normalmente dedicado a la indagación, la escucha y la conversación serena, se refería a Dios. Luego comprendí que su fe resultaba de la búsqueda de toda una vida. También que era de estirpe evangélica. No solo por su conocida convicción cristiana, sino porque para Vicente Leñero creer no significaba opinar sobre la existencia de alguien, sino apostar la vida a un proyecto.