Batres, Viétnika
Santa Sangre
Nadie quiere saber de eso. O casi. Es incómodo. Y cómo no, si desde chiquitos aprendemos que es feo hablar de esa sangre. Huele mal. Mancha la ropa. Produce cólicos. Te convierte en mujer. ¿Y quién quiere eso, verdad? Pero sin que nada puedas hacer para evitarlo, llega el momento. Tus papás te miran de otro modo. Risitas. Tus hermanos te miran de otro modo. Risitas. Tus amigas te miran de otro modo. Risitas. Si se enteran, los chicos también te apreciarán de una forma diferente. Ri,si,tas. Esa sangre te indica que ya puedes ser madre, aunque tengas diez, once años y sigas jugando con muñecas... Te avergüenzas. Aceptas que en realidad nadie quiere hablar de esa sangre. Tu vida se complica. Ya eres mujer.