Scherer García, Julio

La dignidad

Al abandonar el edificio de Excélsior, en Reforma 18, me sentí perro sin dueño. Sin saber qué hacer con mi cuerpo, no había más mundo que el mundo interior. Algo me decía que mi comportamiento en la asamblea que nos había puesto en la calle había sido propio de un cobarde, pero algo me decía que no, que en el momento extremo me había acompañado la lucidez, tocado el periódico de muerte. De esto hablaba a solas con Susana. Yo sentía que se apretaba contra mí, que nada mejor podía hacer en el agobio que era nuestra vida. La miraba a los ojos para mirar atrás de su mirada verde y descendía a los labios que tanto me gustaban. Temía lo peor, el despertar en ella de una amorosa compasión, irrepetibles los días que no se quieren olvidar. Sin frontera que separe las palabras del pensamiento, un día me dijo Vicente Leñero: Quizá abandonamos la asamblea antes de tiempo. Ya se coreaba tu apellido. En fin, no sé. Un agujero me devoró. Si nos habíamos salido antes de tiempo, el miedo me había ganado…