Espejo, Beatriz

Juan Rulfo a la distancia

El maestro Xavier de Icaza me preguntó: -¿Ya leyó usted Pedro Páramo?. ¿Por qué es tan famosa?, pregunté a mi vez, con la ignorancia de mis diecisiete años recién cumplidos e incapaces de entender aún la maravilla que presentaba una novela compleja, ajena a todo lo que yo había leído. Más que nada por su estructura. Parece una baraja que al final diera idea del conjunto. -Me contestó. Cuando leí la obra quedé boquiabierta no sólo por su estructura sino por su condición de alucinante poema en prosa. O sea que traté y admiré a Juan Rulfo como escritor y luego como persona Desde entonces se decía que era hermético, poco dado a las confidencias, taciturno y difícil, y él soliviantaba esa fama con voluntad pertinaz. En 1965 Antonio Acevedo Escobedo, jefe del departamento de literatura del Instituto Nacional de Bellas Artes, que entonces dirigía José Luis Martínez, discurrió que los escritores mexicanos hablaran de su vida y de su obra y leyeran páginas escogidas Veinte aceptamos el compromiso de un encuentro con los lectores y el resultado fueron las conferencias que integran Los narradores ante el público, primera serie, que la Editorial Joaquín Mortiz recogió en libro. Después de Rafael Solana a Rulfo tocó cubrir el segundo evento. Corría en la sala totalmente llena la idea de que no se presentaría y que habría cancelado en el último instante; pero contra la previsto, aunque yo no lo conocía salvo por fotografías publicadas en los periódicos y revistas, tuve la sorpresa de verlo parado en la puerta izquierda lateral de la Sala Ponce. Llegó puntual, pálido y ojeroso vistiendo uno de esos trajes pardos de casimir inglés que tanto le gustaban y con actitud de condenado a muerte frente al pelotón de fusilamiento.