Dilla Alfonso, Haroldo
Los próceres fatigados
Sin lugar a dudas, la idea de las naciones ha sido una de las obras de arquitectura política e ideológica más potentes de la modernidad. Territorio, nación y Estado se fundieron en una santísima trinidad que absorbió todas las formas políticas precedentes: imperios,mundo, principados, ciudades, provincias confederadas. Y, lo que no es menos importante, la claudicación de otras identidades relacionales, étnicas, familiares, localistas, que no pudieron resistir el avasallamiento de esa inmensa identidad categorial basada en la ilusoria, e incitante, igualdad de los desiguales que hoy llamamos derechos de ciudadanía. Craig Calhoun ha hablado de las naciones como, seres históricos que poseían derechos, voluntad, y la capacidad de aceptar o rehusar un gobierno, de manera tan convincente que terminaron doblegando las propuestas universalistas más sofisticadas de la modernidad: el liberalismo y el socialismo. La nación devino un significante vacío para muchos usos, más poderoso que la paz perpetua y que el encendido apotegma que llamaba a unirse a todos los proletarios del mundo. La Primera Guerra Mundial demostró que los obreros de todo el mundo estaban más inclinados a luchar contra sus camaradas de clase en defensa de las patrias amenazadas que contra sus burguesías respectivas. Pero lo hicieron, diría Taylor, en nombre de una dignidad construida sobre los restos de las sociedades localistas precedentes.