Hernández, Roberto @PRESUNTOC

Morir a la intemperie

Mi abuela era una mujer con un dinamismo impropio de su edad. Nadie sabe exactamente cuándo nació. Como el registro civil del pueblo se había destruido, su acta de nacimiento se perdió. Lo único cierto es mi abuela era tan, o más vieja que la Constitución de 1917. Por eso yo calculaba su edad con cada aniversario de la Constitución. A los diez años, durante el fin de semana, mientras mis compañeros de escuela iban a Cuernavaca o a Valle de Bravo o a Tequesquitengo, en mi familia viajábamos a Mixquiahuala, Hidalgo. Entonces era un pueblo de unos diez mil habitantes. Tenía un zócalo pequeñito con algunas alcantarillas abiertas. Lo recuerdo pues en un' de ellas me caí, encajándome el manubrio de mi bicicleta en la mejilla. En 'una de las esquinas del zócalo estaba la casa de mi abuela. Ahí creció mi madre. Ahí, hacía años, mi abuelo había fundado una ferretería, la ferretería del pueblo. Cuando mi tío se casó y mis abuelos se separaron, mi tío se fue a vivir en casa de la abuela. Convirtió la ferretería en una farmacia y en un consultorio médico. En ese consultorio mi tío, el cirujano del pueblo, limpió y cosió mi herida. Una de muchas lesiones durante mis visitas a Mixquiahuala.