Vega-Gil Rueda, Armando, 1955-

5 días sin Nora

Una idea tal vez ingenua, anidada en lo profundo y compartida por muchos de nosotros, una mayoría atemorizada y perpleja frente a los misterios de la vida y la contundencia de su final, es que no hay que dejar nada inconcluso antes de avanzar hacia los rumbos de la muertey su irreversibilidad. Aunque esta certidumbre, que se aparece como un fantasma, cubetada de agua fría, en los laberintos del luto humano, es más bien un fardo, o una joya maldita, que habremos de cargarlos supervivientes, los deudos, todos los que nos atormentamos bajo el vacío que dejan ese abrazo y ese beso pendientes, el perdón que nunca solicitamos, el perdón que no concedimos, la explicación jamás dada por el muerto o para el que ya no podrá escuchar nuestras razones. Los fulminados en cambio se van, o deberían irse, triunfantes, ligeros, relajados y cumplidos, aunque en el momento previo del quiebre letal hayan estado absolutamente tensos densos, dolidos, pues ya muertos habrían de despojarse de toda responsabilidad y ligazón con lo humano, ese instante que muchos comparan con un orgasmo cósmico, Eros y Thanatos, y nos dejan a los vivos un largo ritual de desapego, la mayor parte de este rito vuelto un pegajoso embrollo, hastiante hasta la desesperación.