Vega-Gil Rueda, Armando, 1955-

Mórbido

En el viejo pueblo minero de Tlalpujahua, en la sierra de Michoacán, ha ocurrido algo extraño, sobrenatural, terrorífico: sus calles ascendentes, laberínticas y nocturnas, envueltas en un frío que cala más allá de los huesos, pero que reconforta y despierta los sentidos hasta la exaltación, de pronto son asaltadas por los cuerpos descarnados, adoloridos y putrefactos de decenas de los hombres, mujeres, niños y ancianos que fueran sepultados una madrugada de 1937, cuando la presa que contenía los deshechos tóxicos que vomitaban las minas de oro reventó, dejando caer un oleaje denso y monstruoso de lamas cenagosas que arrasaron y cubrieron media urbe. Mala idea de poner en lo alto del lugar la cazuela de la muerte. Ahora, en la plaza municipal, llegamos absortos los espectadores venidos de fuera, de todo el mundo, revueltos en un nuevo oleaje con los habitantes de Tlalpujahua para ser recibidos por un pelotón de monjes encapuchados portando antorchas que hieren la oscuridad. Son misteriosos. Entonces un cortejo de dolientes modernos se desprende del desfile masivo y colocan una ofrenda floral en honor a los desaparecidos durante la catástrofe del treinta y siete, son un grupo de jóvenes y ardorosos directores de cine que se consumen en la pasión por las pelis de terror, horror, gore y fantasía.