Álvarez del Toro, Federico
Chavela Vargas: Fin de la Época de Oro I
Cuando conocí a Chavela Vargas tenía una pistola tan grande como la de Clint Eastwood. Pensaba venir a verla, en parte por los malos recuerdos. Vale mucho, decía porque esta arma ya ha matado y le tengo cariño… Ella semejaba a uno de los personajes de las películas de Sergio Leone que tienen en la mirada un pasado intenso y tormentoso. Cumplía con la descripción cripción del cineasta a personajes claroscuros: El rostro humano es un paisaje… La plática fue en el camerino del centro cultural El Alacrán Azul de Tepoztlan, donde Chavela empezaba a cantar después pués de un largo tiempo de inactividad y pasar desapercibida en el pueblo de Ahuatepec, Morelos. Se puede decir que a partir de esa temporada se reencontró para resurgir con el entusiasmo de sus amigos que nunca habían dejado de admirarla, como el mito que era, aun cuando desaparecía a voluntad… Retomó la última etapa de su carrera y la llevó al sol negro, como un ave fénix, hasta donde dieron sus alas antes de derretirse… Otra arma para matar de Chavela era su voz, un fluido rasposo de un registro medio a punto de quebrarse y en el precipicio de un sollozo interno contenido, cavernoso en los bajos y metálico en los agudos, cargado de un sentimiento existencial que estremecía e incitaba con una desolación a punto de inyectarse tequila en las venas.