Cantú, Jesús

Sistemáticos los excesos del Ejército

Los ciudadanos Sandoval Íñiguez y Valdemar ejemplifican la intolerancia católica, que se funda en una manera de concebir la libertad humana y que es incompatible con aquella que se establece en democracia. Y la pregunta que debemos hacernos es si resulta sensato para una sociedad democrática tolerar a los intolerantes. Poner un límite a las barbaridades humanas de la Iglesia católica no es impedir que la gente que comparte sus dogmas se reúna libremente a celebrar sus creencias… No debemos engañarnos: El debate de estos días, y el que vendrá en los que siguen, no es entre quienes defienden el derecho de lesbianas y homosexuales a casarse y formar una familia, y quienes están en contra de ello. Es entre quienes están convencidos de poseerla Verdad e intentan imponerla al conjunto de la población, y quienes, en cambio, creen que todos los seres humanos tenemos la capacidad de discernir qué tipo de vida queremos llevar. En otras palabras, lo que saca de quicio a Sandoval, Valdemar y sus correligionarios es que el Estado reconozca a los ciudadanos autonomía para tomar sus decisiones. Por eso lo que ahora está en disputa es el lugar de la Iglesia católica en el espacio público.