En este trabajo el autor advierte de los problemas que entraña el pensamiento mágico, ese que cuando lo analizamos y confrontamos con los hechos solemos rechazar, pero que en nuestra vida cotidiana, envuelto en discursos estéticos, solemos dejar pasar inadvertido. Este pensamiento mágico permea al derecho, y pese a los intentos de algunos positivistas (Kelsen, Hart, Ross) de eliminarlo, vuelve hoy al servicio de ideas como los derechos humanos y la autonomía individual. La incorporación de enunciados valorativos (principios) en textos constitucionales, declaraciones, etc., parece orientarnos a la solución correcta de los conflictos. Pero con ello privamos al derecho de su único mérito, brindar un mínimo de certeza normativa, y corremos en pos de la Justicia con la ilusión de que siempre contaremos con jueces políticamente correctos y que nuestras convicciones liberales y democráticas han alcanzado el fin de la historia.