Didriksson, Axel

Ruta Zócalo-San Simón

Más allá de la vaciedad fingida con la que se ufanan quienes sirvieron con recurrencia, llegará el momento en el que empiecen a brincar con furia, de materia prima al maestro de la ironía más aguda y ácida que he conocido en mi vida, Carlos Monsiváis tenía un perfecto círculo vital y de seguridad irremplazable para su existencia: la calle San Simón, en la colonia Portales… En esa calle vivió los años prolíficos de su vida, y en ella lo conocí cuando ocupé un departamento a una cuadra de su casa. Como éramos vecinos, solía pasar por él para llevarlo a las reuniones con académicos y estudiantes durante el movimiento del Consejo Estudiantil Universitario, CEU, de la UNAM en los ochenta, y en todos los trayectos se asumía como un periodista nato porque sólo preguntaba… Cuando no lo hacía, soltaba irreverentes metáforas o frases dobles de triple sentido. Así nos hicimos amigos, como muchos, con todo y que en las reuniones nunca participaba, a pesar de que anhelábamos que Carlos fuera el referente de conclusión de las largas peroratas; lo que más nos sorprendía es que nunca lo veíamos tomar notas. Sin embargo, su presencia se hacía indispensable porque, así lo sentíamos, al final su voz nos podía hacer visibles, aunque no existiéramos.