Vega-Gil Rueda, Armando, 1955-

Crónicas

Desde El chacal de Nahueltoro, de Miguel Littin, Chile, 1969, el cine latinoamericano ha tratado de explorar las circunstancias sociales, morales y espirituales que motivan la aparición de ciertos asesinos que, sin explicación o justificación aparente, por puro ocio o locura, andan por allí asolando pequeñas poblaciones rurales que viven en condiciones de miseria extrema. Al horror del hambre, la ignorancia y la explotación, se agrega la aparición cíclica de verdugos inmisericordes que, hinchando la llama del miedo, atraen la atención pública a través de los medios de comunicación y su amarillismo inmanente, ¿recuerda esos voceadores que anuncian por las calles, vía megáfono, la noticia de que, ¡tres homosexuales torturaron y mutilaron a un eminente vecino de la colonia!. Y la conclusión general de los cineastas apunta hacia una certeza sociológica: la locura del matador solitario es una pústula por donde una sociedad enferma e injusta drena un poco de la podredumbre que la mantiene en pie.