Vega-Gil Rueda, Armando, 1955-

Goya y la inquisición

Una mujer enloquecida, apenas con un rastro del rostro que llevó consigo como una demostración de que la belleza puede ser, de que la belleza debe ser por encima de la barbarie y la estupidez humana, va de la mano de un cadáver que una carreta de mulas arrastra por unas callejuelas de Madrid, rumbo a la fosa común. Ella carga en su regazo a un bebé. El sol vibra. Al hombre que yace en los tablones del carromato, con la cabeza bamboleándole como el badajo de una campana muda, le acaban de descoyuntar las cervicales en ese aparato monstruoso que aún hace unas cuantas décadas el franquismo usaba para ejecutar a los enemigos de la Corona, el garrote vil, en actos públicos, autos de fe, todo en el nombre y por la gracia de Dios.