Berumen, Edmundo
Entre semana
La verdad, así lo decidió para él su ciclo diario, cualquiera de los días entre semana, inicia las primeras horas de la tarde, camino a comer en casa, uno de los lujos cotidianos que tiene el privilegio de gozar hace más de cuatro décadas, desde el año en que se casó en tierras tapatías, para de inmediato iniciar vida en pareja en calurosas tierras cachanillas, y que sigue disfrutando en la gran megalópolis de la ciudad de México, desde su regreso a principios de los años noventa, después de un lustro de trabajar en algún organismo internacional, donde disfrutaba los cinco meses del año que no andaba en aeropuertos y tierras exóticas, de África, Sudamérica, Europa, el Mediterráneo, el Caribe o Centroamérica, la oferta cultural, mundana y trivial de otra gran megalópolis, Nueva York. Divaga, otro lujo más frecuente en años recientes; divaga al manejar, al conversar, al caminar de prisa todas las noches los cinco o siete km diarios, superando en mucho los veinte minutos recomendados por nuestro presidente, triunfo íntimo que diario disfruta, mientras escucha-ve-escucha noticiarios, zapeando, durante los muchos comerciales que no atrapan su interés, se pregunta: ¿engañé al rating del comercial?, camina-ve-escucha-divaga. Curioso, mientras divaga se tropieza con soluciones a problemas del trabajo, o con argumentos nuevos para discusiones no agotadas con amigos o clientes, notas mentales a comentar con los hijos, los nietos; arreglos fáciles a problemas postergados de casa, vivienda, del hogar, de familia extendida, algunos personales, sólo suyos. En el trayecto a comer o en las divagaciones decide cuáles temas no tienen solución y por tanto no son problemas, es lastre a tirar, ¿quién me enseñó eso hace muchos años?, se pregunta, sabia lección que lo ha liberado de cargar pesos muertos que cotidianamente ve en hombros de otros. Divaga mientras duerme, mientras lee, mientras escribe, ¡aué gran luio!