Ferro, Marc
¿A quién le pertenecen las imágenes?
Antes de la guerra de 1914, cuando Riabuchinski, el magnate ruso de los textiles, se vio filmado por primera vez mientras pronunciaba un discurso en un congreso de industriales, se encontró tan burdo y ridículo que de inmediato fue a ver al zar Nicolás II para decirle que, de manera urgente, había que prohibir que se filmara de esa manera a los dignatarios del régimen, pues estaba en juego la seguridad del Estado: por sí solo, el cine podía suscitar una revolución. Así, antes incluso de existir, la idea de la censura cinematográfica había nacido. Hostil a la censura por parte del Estado, y a todas las censuras, el ciudadano común se regocija de que el cineasta y el fotógrafo puedan hacer público lo ridículo y lo burdo de aquellos que atentan contra la dignidad de los oprimidos, de los desdichados. Y Eisenstein -es tan solo un primer ejemplo- no se quedó con las ganas, después de la revolución, de representar en 1925 en La huelga, los rasgos odiosos de los Riabuchinski de todas las Rusias, y el noble pueblo de espectadores exclamó: "¿Viva la libertad de prensa, viva la libertad de imagen, vivan los artistas y los periodistas!".