Sexenio tras sexenio, el PRI practicó un feroz canibalismo contra el presidente saliente y buena parte del equipo que se iba con él y con su música a otra parte. La seguridad de que ganaría la elección presidencial de modo que fuese, le permitía ese juego de la ruptura verbal a que era la máscara de la continuidad real. El partido, sus dirigentes y candidato podían hacer trizas al dios sexenal que ellos mismos habían adorado hasta la ignominia...