Urbano, Pablo Martín
Problemas y perspectivas asociados a la desregulación de las telecomunicaciones : el caso de la unión europea
La trascendencia pasada, presente y futura de las telecomunicaciones sobre nuestros modelos de vida, concita un amplio consenso a todos los niveles de la sociedad, tanto entre los expertos, como a nivel general. Si hace no muchos años maravillaba la capacidad de trsnportar a larga distancia y de forma individualizada tanto la voz como la escritura o la imagen, hoy multiplicadas las anteriores capacidades tecnológicas, asoma toda una revolución asentada en las posibilidades de combinar esos mismos elementos, en lo que no es aún más que el comienzo de una nueva era. En la base de todos esos cambios, que afectan sobre todo a la capacidad cualitativa y cuantitativa de comunicar, están las telecomunicaciones, cuyo estallido paulatinamente está haciendo realidad la idea de la "aldea global" que Marshall MacLuhan lanzara hace ya tres décadas. El espectacular crecimiento del sector de las telecomunicaciones es, sin duda, uno de los hechos más relevantes de la economía mundial acaecidos en los últimos años. tanto por la relevancia del sector en sí mismo, uno de los motores de la economía actual, como por su incidencia sobre el conjunto del sistema productivo, buena parte del cual está experimentando cambios acelerados, que aún se estiman incipientes, gracias a las posibilidades que binda la industria de la comunicación. Las autopistas de la información suponen en este contexto, una clave importante del futuro a medida que ellas significan la convergencia de las tres grandes revoluciones tecnológicas actuales: la informática, las telecomunicaciones y el audiovisual. Tal convergencia ha sido posible gracias a los progresos experimentados en el campo del transporte de la información en los últimos decenios tanto en las técnicas de transmisión, que han evolucionado desde el sistema analógico hacia el numérico, como en las de conmutación, que han pasado del tratamiento físico al lógico. Todo ello a contribuido, a su vez, al desarrollo de las redes inteligentes y a su progresiva integración, hasta el punto de hacer posible la coexistencia de distintas redes compartiendo la misma infreaestructura manteniendo, a la vez, su propia individualidad en el tratamiento de los flujos de tráfico. Estos cambios, que evidentemente abren nuevas perspectivas, pemiten un cierto grado de especulación respecto del uso que en adelante se hará de los progresos de las telecomunicaciones. Algunos han sintetizado en la expresión "sociedad de la información" la consecuencia última de las transformaciones en curso, habida cuenta del descomunal incremento de datos, imágenes y voces que de forma crecientemente interactiva y globalizada permiten estas tecnologías. Siendo en esencia adecuada esa calificación, no lo es menos que se está produciendo una cierta mistificación de estas nuevas realidades, que en algunos casos se presentan como el final de las restricciones espaciales e, incluso, materiales que pesaban sobre los sistemas socioeconómicos. Fruto de algunos ejercicios de prospectiva, profundizando en esa línea, se han avanzado escenarios posindustriales de indudable incidencia en la relegación de la economía productiva, la sacralización del dinero de la economía financiera como formas más desarrolladas del hecho inmaterial y global, cuyo triunfo profetizan. En apoyo a estos planteamientos no hay faltado investigaciones, si bien es cierto que buena parte de los trabajos carecen de la necesaria fundamentación epistemológica como consecuencia de la presión ejercida por los poderes económicos e institucionales, patrocinadores últimos de estos estudios, para desarrollar una investigación vigorosamente instrumentalizada, muy apoyada en el paradigma tecnicista. Así, muchos documentos oficiales, que frecuentemente marcan el campo de juego en el debate y la reflexión sobre los desarrollos tecnológicos, se realizan con urgencia y en función de elecciones previas que por fuerza reducen el contenido de la discusión. En todo caso, los grandes cambios que están teniendo lugar precisan un fuerte esfuerzo metodológico para escapar a posiciones simplistas o extremas, de un tono a veces eufórico y casi siempre optimista, para observar en toda su complejidad fenómenos por otra parte ineludibles. Multitud de cuestiones reclaman este tipo de atención: a) unas de orden general, tales como el sistema democrático ¿cómo influyen sobre la democracia las nuevas posibilidades de comunicación y los nuevos fenómenos de opinión a ellas ligado?, ¿qué contrapoderes se desarrollarán para mitigar la influencia social de los poderosos medios que están emergiendo?; la cultura ¿es posible el equilibrio entre lo global y lo autóctono?, ¿existen riesgos de aculturación?, ¿qué consecuencias políticas puede ello tener?; la sociedad ¿son las nuevas técnicas factor de integración o de dualización?. b) otras de orden más estrictamente económico como el futuro del empleo ¿habrá más o menos trabajos?, ¿cómo se distribuirá la evolución de la oferta?, ¿habrá suficientes redes para soportar la multiplicación de los servicios que se entrevé?, ¿se podrán abastecer las necesidades de programación que generará la proliferación de medios?, ¿de qué calidad?; de la demanda ¿servicios para todos?, ¿servicios prescindibles y, por tanto, inestables?; o los efectos sobre el desarrollo ¿se incrementarán los desequlibrios exigentes o, por el contrario, se reducirán?, ¿ aparecerán otros nuevos?. Ciertamente, el cuadro de conjunto se presenta todavía vago y algo confuso. Los desarrollos que se están dando aún se producen separadamente y por el momento queda por realizar la necesaria integración. Ello no impide, por el contrario, está impulsando transformaciones, aunque en ausencia de un debate amplio y sereno sobre su futuro, con participación de todos los sectores sociales. En este sentido, no ha flatado una cierta retórica de la desreglamentación asimilada por lo común a la inexistencia de reglas que pongan coto a una libre concurrencia mundial no sometida a las restricciones de unas leyes nacionales heredadas de una realidad superada justamente por la aterritorialización que induce el propio desarrollo de las telecomunicaciones. Tradicionalmente, las telecomunicaciones han presentado un elevado grado de intervención de los poderes públicos para gantizar el interés general proveniente de su posición estratégica para el desarrollo del conjunto de la economía. Es verdad que las regulaciones no siempre han servido a aquel objetivo, habiendo sucedido en ocasiones todo lo contrario: se han utilizado aquellas normas en beneficio propio por colectivos muy específicos que merced a la falta de competencia además de mejorar su propia posición han propiciado diferencias gerenciales intrasectoriales notables, traducidas en una mediocre calidad de los servicos y en unas tarifas lejanas del óptimo exigible, repercutidas al resto de los sectores habida cuenta de su carácter intermediario para la mayor parte de las actividades. Todo lo cual ha supuesto a veces efectos negativos mayores que los que se pretendían evitar a través de una explotación protegida. Por otra parte, los cambios tecnológicos inciden sobre el modelo organizativo haciendo escasamente viable su estructura anterior. Internamente, la eclosión de la demanda de las telecomunicaciones acompañada de una importante reducción de los costes en el sector y de la aparición de nuevos servicios por la convergencia entre las propias telecomunicaciones y la informática, precisa de respuestas crecientes y diversas a necesidades extrasectoriales donde la comunicación ya deja de ser un servico específico para convertirse en parte del servicio prestado por teceros, cuya producción y distribución escapa a las funciones y procesos que tradicionalmente venían desempeñando los entes públicos o parapúblicos explotadores del sector. Externamente, las transformaciones tecnológicas han hecho más compleja la restricción de actividad a operadores internacionales, ya que la protección aduanera frente al hecho inmaterial de las telecomunicaciones apenas podría garantizar las fronteras interiores, que, además, se encuentran en avanzado estado de dilución ya sea por la existencia de procesos de integración regional ya por la propia internacionalización de la economía. Ahora bien el reconocimiento de estas cuestiones y sus implicaciones -el cambo de las formas de gestión hasta ahora aplicadas-, no debe ocultar la importancia de la intervención pública para garantizar no solo la función social y estratégica que se reconoce a las telecomunicaciones, sino, sobre todo, considerando su carácter sistémico, la posibilidad de decidir colectivamente sus trayectorias y aplicaciones.