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Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal

By: Analytics: Show analyticsSummary: La plena vigencia de los derechos humanos debería ser el piso de la convivencia social. Sin su respeto absoluto la vida puede convertirse en una selva en donde prive la ley del más fuerte. Y cuando esos derechos no son el pilar fundamental de las instituciones públicas, lo que se reproducen son los abusos de autoridad por un lado y la indefensión y rabia entre quienes resultan las víctimas. Por desgracia no basta con sólo decretarlos. Esa operación por supuesto resulta crucial: confeccionar un marco constitucional y legal en donde se reconozcan y subrayen, se protejan y fomenten, es un piedra de toque para el resto del edificio. Pero su asentamiento como una práctica cotidiana, incluso rutinaria, demanda de una auténtica construcción social. Fueron decenas, quizá centenas, de organizaciones sociales las que los pusieron en el centro de la atención pública. Esas movilizaciones, así lo recuerdo, fueron una respuesta a los excesos criminales de diferentes gobiernos, detenciones sin orden judicial, torturas, asesinatos, desaparecidos, indebidos procesos, que en la década de 1970 se multiplicaron en el marco de la llamada guerra sucia. En aquellos años ni siquiera el término tenía la centralidad que hoy tiene. Pero una espiral virtuosa que alimentaron movilizaciones y respuestas gubernamentales, la academia y la prensa, los familiares de las víctimas y las organizaciones internacionales, construyó un nuevo marco para su fortalecimiento y preservación.
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La plena vigencia de los derechos humanos debería ser el piso de la convivencia social. Sin su respeto absoluto la vida puede convertirse en una selva en donde prive la ley del más fuerte. Y cuando esos derechos no son el pilar fundamental de las instituciones públicas, lo que se reproducen son los abusos de autoridad por un lado y la indefensión y rabia entre quienes resultan las víctimas. Por desgracia no basta con sólo decretarlos. Esa operación por supuesto resulta crucial: confeccionar un marco constitucional y legal en donde se reconozcan y subrayen, se protejan y fomenten, es un piedra de toque para el resto del edificio. Pero su asentamiento como una práctica cotidiana, incluso rutinaria, demanda de una auténtica construcción social. Fueron decenas, quizá centenas, de organizaciones sociales las que los pusieron en el centro de la atención pública. Esas movilizaciones, así lo recuerdo, fueron una respuesta a los excesos criminales de diferentes gobiernos, detenciones sin orden judicial, torturas, asesinatos, desaparecidos, indebidos procesos, que en la década de 1970 se multiplicaron en el marco de la llamada guerra sucia. En aquellos años ni siquiera el término tenía la centralidad que hoy tiene. Pero una espiral virtuosa que alimentaron movilizaciones y respuestas gubernamentales, la academia y la prensa, los familiares de las víctimas y las organizaciones internacionales, construyó un nuevo marco para su fortalecimiento y preservación.

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