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De afición femenina y pantalones cortos…

By: Summary: Todos los días, al regresar de la escuela, me quitaba el uniforme y me ponía invariablemente pantalones cortos porque nunca sentí el frío del altiplano y, así vestida, era más libre para hacer lo que realmente me gustaba: merodear por el inmenso jardín de mi casa, subirme a las bardas, mecerme en los columpios, brincar desde el punto más alto de estos, perseguir y patear una pelota o echarme en el pasto, siempre fresco, para observar las formas de las nubes. De pantalones cortos, porque rara vez me los quitaba, iba a mis clases de piano los martes y los jueves. Un día, el maestro de piano preguntó a mi madre si yo de verdad era niña ... Seguramente, para él, las niñas necesariamente debían usar vestidos y aceptar la disciplina germana sin extrañar una tarde de ocio, libertad y juego. En realidad asistía a las clases de piano forzada por la autoridad materna. Las clases con el alemán eran una pesadilla, no solo por los quebrados y la halitosis del maestro sino, sobre todo, por la falta total de libertad. El jardín de mi casa, que incluía un par de porterías que ninguno de mis hermanos varones usaba, era, en cambio, un espacio de delicioso y libre esparcimiento.
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Analítica Biblioteca Legislativa Hemeroteca Available 457285

Todos los días, al regresar de la escuela, me quitaba el uniforme y me ponía invariablemente pantalones cortos porque nunca sentí el frío del altiplano y, así vestida, era más libre para hacer lo que realmente me gustaba: merodear por el inmenso jardín de mi casa, subirme a las bardas, mecerme en los columpios, brincar desde el punto más alto de estos, perseguir y patear una pelota o echarme en el pasto, siempre fresco, para observar las formas de las nubes. De pantalones cortos, porque rara vez me los quitaba, iba a mis clases de piano los martes y los jueves. Un día, el maestro de piano preguntó a mi madre si yo de verdad era niña ... Seguramente, para él, las niñas necesariamente debían usar vestidos y aceptar la disciplina germana sin extrañar una tarde de ocio, libertad y juego. En realidad asistía a las clases de piano forzada por la autoridad materna. Las clases con el alemán eran una pesadilla, no solo por los quebrados y la halitosis del maestro sino, sobre todo, por la falta total de libertad. El jardín de mi casa, que incluía un par de porterías que ninguno de mis hermanos varones usaba, era, en cambio, un espacio de delicioso y libre esparcimiento.

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