Más allá de la leyenda
Summary: No puedo evocar bien la primera vez que supe de la existencia de Nelson Mandela. Podría haber sido en 1962, cuando al futuro presidente de Sudáfrica lo condenaron a prisión perpetua en el roquerío destemplado de Robben Island. Podría haber sido en esa fecha, pero no lo fue… Yo era a la sazón un joven de veinte años que, como tantos de mi generación en Chile, predicaba la revolución. Bajo el menor pretexto local, nacional o internacional, salía, junto a otros estudiantes, a las calles de Santiago a exigir justicia contra un viento y una marea de policías armados. Y, sin embargo, entre esa multitud de protestas no hubo una, que yo recuerde, que se organizara para reclamar la libertad de Mandela. Entendíamos, con borrosa claridad, que el apartheid Sudafricano era una lacra racista, el sistema más inhumano y cruel en el mundo, pero su lucha era un mero resplandor lejano frente a la urgencia de una América Latina empobrecida y ardiente. Ni siquiera durante los tres años de la presidencia de Salvador Allende, cuyo progra ta de liberación nacional pudo haber sido calcado de la Freedom Charter de la African National Congress, me llamó la atención la figura de Mandela.Item type | Current library | Collection | Call number | Materials specified | Status | Date due | Barcode |
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Analítica | Biblioteca Legislativa | Hemeroteca | Available | 450436 |
No puedo evocar bien la primera vez que supe de la existencia de Nelson Mandela. Podría haber sido en 1962, cuando al futuro presidente de Sudáfrica lo condenaron a prisión perpetua en el roquerío destemplado de Robben Island. Podría haber sido en esa fecha, pero no lo fue… Yo era a la sazón un joven de veinte años que, como tantos de mi generación en Chile, predicaba la revolución. Bajo el menor pretexto local, nacional o internacional, salía, junto a otros estudiantes, a las calles de Santiago a exigir justicia contra un viento y una marea de policías armados. Y, sin embargo, entre esa multitud de protestas no hubo una, que yo recuerde, que se organizara para reclamar la libertad de Mandela. Entendíamos, con borrosa claridad, que el apartheid Sudafricano era una lacra racista, el sistema más inhumano y cruel en el mundo, pero su lucha era un mero resplandor lejano frente a la urgencia de una América Latina empobrecida y ardiente. Ni siquiera durante los tres años de la presidencia de Salvador Allende, cuyo progra ta de liberación nacional pudo haber sido calcado de la Freedom Charter de la African National Congress, me llamó la atención la figura de Mandela.
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