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Lo que Colón ni se imaginó

By: Summary: De cuando en cuando suelo visitar, a veces por razones de conveniencia culinaria y otras por las sinrazones de la nostalgia, una tienda prodigiosa donde me permito bucear por unas horas en las aguas múltiples y diversas de América Latina… Bajo el techo de aquel vasto supermercado puedo saborear la presencia del continente en que nací, retomar a mis orígenes plurales. En un estante me espera Nobleza Gaucha, la yerba mate que mis padres argentinos paladeaban cada mañana en el Nueva York de su exilio, mi madre con azúcar, mi viejo prefiriendo la variante amarga. Basta con contemplar la bolsa y el dibujo para recordar la ansiedad con que ellos esperaban la llegada de envíos desde un Buenos Aires sumido en el autoritarismo, del que habían huido en los años cuarenta. Un poco más allá, me topo con leche condensada, el exacto prototipo de lata de la cual bebía a sorbos acaramelados durante excursiones adolescentes a la cordillera cuando a los doce años tuve que seguir a mi familia a otro destierro, esta vez a Chile. Y cerca, un tamborcito de Nido, la leche en polvo con que mi mujer Angélica alimentaba a nuestro hijo Rodrigo en su infancia remota en Santiago. O Nesquik para niños, el chocolate con que endulzábamos la existencia de nuestro hijo menor, Joaquín, cuando nos acompañó de vuelta a Chile después de muchos años de alejamiento debido a la dictadura de Pinochet.
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De cuando en cuando suelo visitar, a veces por razones de conveniencia culinaria y otras por las sinrazones de la nostalgia, una tienda prodigiosa donde me permito bucear por unas horas en las aguas múltiples y diversas de América Latina… Bajo el techo de aquel vasto supermercado puedo saborear la presencia del continente en que nací, retomar a mis orígenes plurales. En un estante me espera Nobleza Gaucha, la yerba mate que mis padres argentinos paladeaban cada mañana en el Nueva York de su exilio, mi madre con azúcar, mi viejo prefiriendo la variante amarga. Basta con contemplar la bolsa y el dibujo para recordar la ansiedad con que ellos esperaban la llegada de envíos desde un Buenos Aires sumido en el autoritarismo, del que habían huido en los años cuarenta. Un poco más allá, me topo con leche condensada, el exacto prototipo de lata de la cual bebía a sorbos acaramelados durante excursiones adolescentes a la cordillera cuando a los doce años tuve que seguir a mi familia a otro destierro, esta vez a Chile. Y cerca, un tamborcito de Nido, la leche en polvo con que mi mujer Angélica alimentaba a nuestro hijo Rodrigo en su infancia remota en Santiago. O Nesquik para niños, el chocolate con que endulzábamos la existencia de nuestro hijo menor, Joaquín, cuando nos acompañó de vuelta a Chile después de muchos años de alejamiento debido a la dictadura de Pinochet.

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