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Un personaje lee a Jose Emilio Pacheco

By: Summary: Dice Elías Canetti en su espléndido ensayo sobre la escritura de diarios, agendas y bitácoras, La conciencia de las palabras, que algunos escritores, en lugar de asentar ciertas tribulaciones y deseos en un diario, ese interlocutor personal, logran poner en boca de sus personajes sus propias pulsiones. Supongo que ello incluye ciertos gustos, manías, guiños y homenajes íntimos. Pienso en el personaje de mi novela Café cortado, Diego Cabarga, que cuando recorre los archivos de la Compañía Trasatlántica Española en Santander, ciudad adonde ha sido enviado para reconstruir la historia de esta antigua empresa naviera, después adquirida por la mexicana Transportaciones Marítimas, evoca un cuento de José Emilio Pacheco: Cuando salí de La Habana, válgame dios. Antes de estudiar derecho, el ficticio Diego Cabarga era más lector de literatura y recordó de pronto que aquel barco que iba de La Habana a Veracruz era de la Compañía Trasatlántica Española. No sólo le emociona recordar esa época gloriosa de su devoción por los libros, las particularidades de aquel cuento, donde el tiempo anda a dos velocidades, donde la atmósfera porfiriana se recrea en el vestido, el comedor, las familias ricas que allí viajan, sino también sus ganas de ser escritor. Lo habita de nuevo el impráctico deseo de contar historias. El autor mexicano es cómplice de ello. Un cuento y los artículos de un tal Fermín Domínguez, dedicados siempre a una Ángela, que dan cuenta de esos viajes que salían de Santander o de Cádiz rumbo a América, alborotan de nueva cuenta el deseo de la escritura, de que la ficción lo posea; por ello, en lugar de atender la escritura de la historia de la Trasatlántica, escribe una novela.
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Dice Elías Canetti en su espléndido ensayo sobre la escritura de diarios, agendas y bitácoras, La conciencia de las palabras, que algunos escritores, en lugar de asentar ciertas tribulaciones y deseos en un diario, ese interlocutor personal, logran poner en boca de sus personajes sus propias pulsiones. Supongo que ello incluye ciertos gustos, manías, guiños y homenajes íntimos. Pienso en el personaje de mi novela Café cortado, Diego Cabarga, que cuando recorre los archivos de la Compañía Trasatlántica Española en Santander, ciudad adonde ha sido enviado para reconstruir la historia de esta antigua empresa naviera, después adquirida por la mexicana Transportaciones Marítimas, evoca un cuento de José Emilio Pacheco: Cuando salí de La Habana, válgame dios. Antes de estudiar derecho, el ficticio Diego Cabarga era más lector de literatura y recordó de pronto que aquel barco que iba de La Habana a Veracruz era de la Compañía Trasatlántica Española. No sólo le emociona recordar esa época gloriosa de su devoción por los libros, las particularidades de aquel cuento, donde el tiempo anda a dos velocidades, donde la atmósfera porfiriana se recrea en el vestido, el comedor, las familias ricas que allí viajan, sino también sus ganas de ser escritor. Lo habita de nuevo el impráctico deseo de contar historias. El autor mexicano es cómplice de ello. Un cuento y los artículos de un tal Fermín Domínguez, dedicados siempre a una Ángela, que dan cuenta de esos viajes que salían de Santander o de Cádiz rumbo a América, alborotan de nueva cuenta el deseo de la escritura, de que la ficción lo posea; por ello, en lugar de atender la escritura de la historia de la Trasatlántica, escribe una novela.

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