Una tierra sin prejuicios/II y último
Summary: Entendida en este sentido, la spregiudicatezza aparece como un común denominador de las más variadas formas y fuerzas de la escena italiana. No elimina las diferencias políticas entre ellas, como si en el cinismo fueran indiferenciables, sino más bien las baña en un éter general, que le da al contraste en technicolor de la batalla moral percibido desde cualquier parte, una distribución de medios tonos centelleantes, superficies de moiré que se alteran continuamente según el ángulo desde el cual son vistas. Los ejemplos pueden multiplicarse a voluntad: el eminente teórico de la democracia, respetado universalmente como la personificación de los principios éticos que no siente ninguna repulsión ante los tanques que bombardean el parlamento ruso; el juez anteriormente incorruptible, la némesis de los subversivos, diciéndole palabras amables a las bandas de jóvenes de la República de Saló cuando su partido las necesita; el político en ascenso declarando en un momento a Mussolini el gran hombre de Estado del siglo Veinte y en el siguiente siendo reconocido como guardián de la Constitución por un veterano de la Resistencia; el fiscal sin temor, el mayor enemigo del soborno, acusando recibo de una limosina y un préstamo sin intereses de sus amigos hombres de negocios. Que predomine el doble estándar no significa que los propios estándares sean siempre los mismos; los contrastes ideológicos y políticos son tan reales y vigorosos como en cualquier parte. El pragmatismo ubicuo no impide tampoco que haya brotes genuinos de moral.Item type | Current library | Collection | Call number | Materials specified | Status | Date due | Barcode |
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Analítica | Biblioteca Legislativa | Hemeroteca | Available | 372006 |
Entendida en este sentido, la spregiudicatezza aparece como un común denominador de las más variadas formas y fuerzas de la escena italiana. No elimina las diferencias políticas entre ellas, como si en el cinismo fueran indiferenciables, sino más bien las baña en un éter general, que le da al contraste en technicolor de la batalla moral percibido desde cualquier parte, una distribución de medios tonos centelleantes, superficies de moiré que se alteran continuamente según el ángulo desde el cual son vistas. Los ejemplos pueden multiplicarse a voluntad: el eminente teórico de la democracia, respetado universalmente como la personificación de los principios éticos que no siente ninguna repulsión ante los tanques que bombardean el parlamento ruso; el juez anteriormente incorruptible, la némesis de los subversivos, diciéndole palabras amables a las bandas de jóvenes de la República de Saló cuando su partido las necesita; el político en ascenso declarando en un momento a Mussolini el gran hombre de Estado del siglo Veinte y en el siguiente siendo reconocido como guardián de la Constitución por un veterano de la Resistencia; el fiscal sin temor, el mayor enemigo del soborno, acusando recibo de una limosina y un préstamo sin intereses de sus amigos hombres de negocios. Que predomine el doble estándar no significa que los propios estándares sean siempre los mismos; los contrastes ideológicos y políticos son tan reales y vigorosos como en cualquier parte. El pragmatismo ubicuo no impide tampoco que haya brotes genuinos de moral.
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