Voy a explotar

Lejos de que se nos vaticine una bendición, un salto hacia el futuro o el arribo de un viaje iniciático, en el momento justo en que tomamos conciencia de nosotros mismos se desencadena una maldita catástrofe. De pronto dejamos de ser niños y perdemos nuestra certidumbre de pertenecer a algo o alguien, de pertenecer a una madre, a un padre, al menos a un grupo nuclear acogido bajo un mismo techo en el cual nos conocemos y reconocemos. Cuando somos niños tenemos idea de nosotros a través de los demás, de los que dependemos para sobrevivir, de los que pendemos de un hilo para aprender a ser lo que, trágicamente, afrontaremos en unos años... Y de golpe llega el momento del desprendimiento, del reconocernos a través de nosotros mismos, sólo a través de nosotros, de nuestras palabras, de nuestros pensamientos y decisiones, y descubrimos que estamos solos, solitos. Este alumbramiento, este segundo parto de la vida que nos arroja al exterior, duele, y no encontramos la causa del malestar, y comenzamos a hacernos las grandes preguntas del ser y del estar. ¿A qué he venido a este mundo enperpetua corrupción, cuál es el sentido de la vida?