Nota de sumario, etc. |
Hace tiempo que tengo un sueño, o pesadilla, donde experimento sentimientos y pensamientos que me invitan a abrir una puerta y, al hacerlo, del otro lado me está esperando una existencia que me pregunta con una voz incandescente: ¿Quién eres? ¿Qué haces? ¿A dónde vas? ¿Qué piensas? Para después lanzar un grito de sevicia: Yo soy la nada que sienten y piensan tus compañeros docentes y alumnos. Es por eso que hoy, después de vivir ese sueño incontables noches, he decidido escribir para formular una respuesta tentativa a la siguiente pregunta: ¿Por qué sentipensar la docencia? Es una pregunta difícil, sobre todo cuando se trata de una interrogante nocturna que se transforma en desvelos inesperados y sensaciones que me conducen a un cuarto donde habita la nada; una nada que se vuelve también estímulo para la creatividad, la esperanza, el ingenio, pero, sobre todo, una nada que se transforma en un algo que denominare sentipensar… En ese marco, vale la pena preguntarnos: La práctica docente puede observarse, comprenderse, interpretarse, imaginarse, sentirse, pensarse y tratar de explicarse como el pretexto perfecto para concebir nuevas realidades, registrar nuevas perspectivas y buscar un cambio? Definitivamente si, puesto que a través de mi labor como docente -inspirándome en maestros como José Revueltas, Paulo Freire, Lucio Cabañas o José Luis Solís López, maestro Galeano del EZLN, he reforzado la siguiente idea: tenemos el derecho de imaginar, sentir y pensar un mundo nuevo donde quepan muchos mundos; tenemos el derecho de imaginarnos, sentirnos y pensarnos como hombres nuevos, ya que somos libres de imaginar, sentir y pensar la posibilidad de construir una ecología de saberes y conocimientos que actué ante las racionalidades indolentes que dan origen a prácticas docentes que le cierran la puerta a los diálogos intergeneracionales; tenemos derecho a ser realistas y hacer lo imposible. |