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José Luis Martínez, cien años

Martínez Baracs, Rodrigo

José Luis Martínez, cien años

El legado de su biblioteca personal, ahora pública, solo es comparable a su labor como editor, crítico e historiador. Convirtió su pasión por la lectura en un servicio a la sociedad. Al tratar de distinguir el rasgo definitorio de la vida y obra de mi padre, José Luis Martínez, 1918-2007, me parece que habrá que señalar su temprano y hondo gusto por la lectura, que le dio su sensibilidad literaria, el don de la escritura y el deseo de transmitir dicho gusto, que entraña una voluntad de servicio a la sociedad. Mi padre recordaba las oraciones y canciones que le cantaba y susurraba su madre Julia Rodríguez Rodríguez y su nana Guadalupe Rodríguez, en su natal Atoyac, Jalisco, y las lecciones de literatura de los maestros don Gabino y don José Ernesto Aceves, padre e hijo, en el Colegio Renacimiento de Ciudad Guzmán, Zapotlán, que le dieron el gusto de leer, no solo a él sino también a su condiscípulo Juanito, Juan José Arreola. Los niños José Luis y Juan José congeniaron, y crearon fantásticos mundos imaginarios, como el culto a la Babucha, con sus creencias, lenguajes y ceremoniales, o la representación teatral que idearon para la clase de historia sobre la Conquista, en la que mi padre representó al sumo sacerdote mexica. Este encuentro con el genio fabulador de Arreola debió dejar una marca indeleble en mi padre, quien se fue a Guadalajara en 1930 y lo perdió de vista, hasta que en 1943 leyó en la revista jalisciense Eos el cuento, Hizo el bien mientras vivió. En ese momento el joven crítico Martínez supo reconocer el oficio y la original voz de aquel autor, a pesar de que aún no sabía que se trataba de su amigo de la infancia. Estas enseñanzas fructificaron en el joven Martínez, cuya dotada mente era atribuible a cierto genio familiar, visible en la creatividad de su hermano menor, Juan Martínez, poeta y pintor místico, y de varios parientes. Ya su abuela materna Isabel Rodríguez decía que José Luis iba a ser poeta. En Guadalajara primero y en la Ciudad de México después, mi padre emprendió con su amigo, el nayarita Alí Chumacero, maratónicas y gozosas jornadas de lectura.





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