Luis Cernuda, la zona conflictiva y los andamios
Arana, Federico
Luis Cernuda, la zona conflictiva y los andamios
Hace sesenta años sucedió algo muy importante para nuestro mundillo intelectual: el inmenso poeta sevillano Luis Cernuda volvía a México con intención de instalarse en un ambiente más propicio para continuar su obra. Quienes paseen por Coyoacán aún podrán ver, en el número once de la calle Tres Cruces, en la parte alta, la ventana del cuarto donde vivió y murió el autor de La realidad y el deseo… Entre un padre nostálgico y sobrada mente nacionalista y una madre con tendencias abertzales y moderadamente hispanófobas había una zona conflictiva en la que a los aranitas nos resultaba difícil maniobrar. Para completar el cuadro, procedente de Nueva Inglaterra, apareció en el horizonte coyoacanense, concretamente en casa de Concha Méndez, el poeta Luis Cernuda. Era 1953. Seguramente vino atraído por el sol, los cielos despejados, sus valedores de siempre, la propia Concha Méndez, Manolo Altolaguirre, José Moreno Villa y Emilio Prados, más unos cuantos amigos mexicanos: los poetas Enrique Asúnsolo y Octavio Paz, así como el pintor Manuel Rodríguez Lozano.
Luis Cernuda, la zona conflictiva y los andamios
Hace sesenta años sucedió algo muy importante para nuestro mundillo intelectual: el inmenso poeta sevillano Luis Cernuda volvía a México con intención de instalarse en un ambiente más propicio para continuar su obra. Quienes paseen por Coyoacán aún podrán ver, en el número once de la calle Tres Cruces, en la parte alta, la ventana del cuarto donde vivió y murió el autor de La realidad y el deseo… Entre un padre nostálgico y sobrada mente nacionalista y una madre con tendencias abertzales y moderadamente hispanófobas había una zona conflictiva en la que a los aranitas nos resultaba difícil maniobrar. Para completar el cuadro, procedente de Nueva Inglaterra, apareció en el horizonte coyoacanense, concretamente en casa de Concha Méndez, el poeta Luis Cernuda. Era 1953. Seguramente vino atraído por el sol, los cielos despejados, sus valedores de siempre, la propia Concha Méndez, Manolo Altolaguirre, José Moreno Villa y Emilio Prados, más unos cuantos amigos mexicanos: los poetas Enrique Asúnsolo y Octavio Paz, así como el pintor Manuel Rodríguez Lozano.