Entre templarios, charros y autodefensas
Castro, Miguel Ángel
Entre templarios, charros y autodefensas
Entre lo pintoresco y la geografía, los cárteles o carteles, las bandas, las pandillas y diversas agrupaciones de maleantes, presuntos y declarados, se nombran y son identificados por propios y extraños. Con la multiplicación de esas también llamadas, células criminales, resulta difícil, al menos para mí, saber los pormenores de su registro público y, con franqueza, prefiero ignorarlo; como tampoco me interesa conocer si uno es de aquí o es de allá o si antes era de acullá. Lo que me importa, al igual que a todo mundo, es que vuelva la paz y la tranquilidad a nuestras plazas, a las calles y a los hogares. Curiosos y picarescos resultan, eso si debo admitirlo, los apodos y alias con que saltan a las planas de los periódicos los integrantes de eras asociaciones. Ingenio que corresponde a una tradición en la que nos hemos distinguido… Comento lo anterior en respuesta a unos estudiantes que me preguntaron que significaba, templarios, que si venía de temple o de templo y que de dónde procedía el nombre o el calificativo. Para atender la duda como se debe y recordar una vez mas al primer intelectual que en nuestro país se intereso por el trabajo académico del idioma, don José Justo Gómez de la Cortina que, de acuerdo con los datos de don Manuel Romero de Terreros, nació en esta ciudad el nueve de agosto de 1799, hijo de una aristocrática familia que, establecida en México cincuenta años antes, llegó a poseer una fortuna considerable, haciendas en Hidalgo, propiedades entre las que destaca la llamada Casa de la Bola en Tacubaya, en la actual avenida de Parque Lira. Tragos amargos pasó la familia durante el proceso de independencia, sin embargo, el conde de la Cortina, en España y México, se empeño en estudiar y promover la cultura entre los nuevos ciudadanos con un ahínco notable que no siempre le ha sido debidamente reconocido.
Entre templarios, charros y autodefensas
Entre lo pintoresco y la geografía, los cárteles o carteles, las bandas, las pandillas y diversas agrupaciones de maleantes, presuntos y declarados, se nombran y son identificados por propios y extraños. Con la multiplicación de esas también llamadas, células criminales, resulta difícil, al menos para mí, saber los pormenores de su registro público y, con franqueza, prefiero ignorarlo; como tampoco me interesa conocer si uno es de aquí o es de allá o si antes era de acullá. Lo que me importa, al igual que a todo mundo, es que vuelva la paz y la tranquilidad a nuestras plazas, a las calles y a los hogares. Curiosos y picarescos resultan, eso si debo admitirlo, los apodos y alias con que saltan a las planas de los periódicos los integrantes de eras asociaciones. Ingenio que corresponde a una tradición en la que nos hemos distinguido… Comento lo anterior en respuesta a unos estudiantes que me preguntaron que significaba, templarios, que si venía de temple o de templo y que de dónde procedía el nombre o el calificativo. Para atender la duda como se debe y recordar una vez mas al primer intelectual que en nuestro país se intereso por el trabajo académico del idioma, don José Justo Gómez de la Cortina que, de acuerdo con los datos de don Manuel Romero de Terreros, nació en esta ciudad el nueve de agosto de 1799, hijo de una aristocrática familia que, establecida en México cincuenta años antes, llegó a poseer una fortuna considerable, haciendas en Hidalgo, propiedades entre las que destaca la llamada Casa de la Bola en Tacubaya, en la actual avenida de Parque Lira. Tragos amargos pasó la familia durante el proceso de independencia, sin embargo, el conde de la Cortina, en España y México, se empeño en estudiar y promover la cultura entre los nuevos ciudadanos con un ahínco notable que no siempre le ha sido debidamente reconocido.