Crimea. Guerra sin guerra
Nieto, Miguel Ángel
Crimea. Guerra sin guerra
Kiev, Ucrania. Ningún gobernante ruso en su sano juicio soltaría un enclave geoestratégico tan decisivo como la península de Crimea, llave militar en el Mar Negro, puerta de Moscú a los océanos y cuna histórica del Imperio ruso. Al único que lo hizo, Nikita Krushev, se le negó la sepultura en la necrópolis del Kremlin, como a Boris Yeltsin, y fue exiliado al cementerio moscovita de Novodievichi, donde sus huesos descansan junto a poetas revolucionarios y suicidas como Vladimir Maikovski o cineastas como Serguéi Eisenstein, ninguneado por la censura soviética y abocado a un penoso peregrinaje americano… Krushev, que se formó políticamente gobernando Ucrania y acabó sucediendo a Joseph Stalin en el trono de la Unión Soviética, colocó en 1954 la bomba de relojería que hoy estalla en la cara del nuevo, ilegítimo frágil gobierno oligarca de Ucrania. Aquel año, el dirigente de la URSS firmó, sin pensado demasiado, la cesión de la preciada península al gobierno de Kiev, miembro entonces de la Unión Soviética. Aparentemente, todo quedaba en casa.
Crimea. Guerra sin guerra
Kiev, Ucrania. Ningún gobernante ruso en su sano juicio soltaría un enclave geoestratégico tan decisivo como la península de Crimea, llave militar en el Mar Negro, puerta de Moscú a los océanos y cuna histórica del Imperio ruso. Al único que lo hizo, Nikita Krushev, se le negó la sepultura en la necrópolis del Kremlin, como a Boris Yeltsin, y fue exiliado al cementerio moscovita de Novodievichi, donde sus huesos descansan junto a poetas revolucionarios y suicidas como Vladimir Maikovski o cineastas como Serguéi Eisenstein, ninguneado por la censura soviética y abocado a un penoso peregrinaje americano… Krushev, que se formó políticamente gobernando Ucrania y acabó sucediendo a Joseph Stalin en el trono de la Unión Soviética, colocó en 1954 la bomba de relojería que hoy estalla en la cara del nuevo, ilegítimo frágil gobierno oligarca de Ucrania. Aquel año, el dirigente de la URSS firmó, sin pensado demasiado, la cesión de la preciada península al gobierno de Kiev, miembro entonces de la Unión Soviética. Aparentemente, todo quedaba en casa.