Húgo Chávez. No llores por mí, Venezuela
Guillermoprieto, Alma
Húgo Chávez. No llores por mí, Venezuela
Durante los trece años, diez meses y seis días que se pavoneó por las pantallas de televisión de todo el mundo, entre su primera toma de posesión como presidente de Venezuela y su desaparición del escenario público el pasado mes de diciembre, nunca se supo exactamente qué pensar de Hugo Chávez, fallecido el pasado cinco de marzo a los cincuenta y ocho años. Bailó, rió, parloteó, amenazó, cantó, bravuconeó, alardeó, y ahora el comandante, que en realidad era teniente coronel, ha dejado un gran hueco. En sus años en el poder nunca faltaba tema de conversación en una cena o una fiesta venezolana: siempre estaba Chávez, y sólo Chávez, como objeto de lamentaciones, elogios, burlas o ruegos. Él era el único problema y la única solución a todos los problemas. En su ambición infinita y desatada, la ambición del gordo que se ensancha en el ascensor para ocupar más espacio, él lo era Todo.
Húgo Chávez. No llores por mí, Venezuela
Durante los trece años, diez meses y seis días que se pavoneó por las pantallas de televisión de todo el mundo, entre su primera toma de posesión como presidente de Venezuela y su desaparición del escenario público el pasado mes de diciembre, nunca se supo exactamente qué pensar de Hugo Chávez, fallecido el pasado cinco de marzo a los cincuenta y ocho años. Bailó, rió, parloteó, amenazó, cantó, bravuconeó, alardeó, y ahora el comandante, que en realidad era teniente coronel, ha dejado un gran hueco. En sus años en el poder nunca faltaba tema de conversación en una cena o una fiesta venezolana: siempre estaba Chávez, y sólo Chávez, como objeto de lamentaciones, elogios, burlas o ruegos. Él era el único problema y la única solución a todos los problemas. En su ambición infinita y desatada, la ambición del gordo que se ensancha en el ascensor para ocupar más espacio, él lo era Todo.