La révolution morale en faveur du système monarchique : l'Empire, les conservateurs et la "volonté nationale"
Pani, Erika
La révolution morale en faveur du système monarchique : l'Empire, les conservateurs et la "volonté nationale"
Después de 1789, la historia del Estado-nación moderno se convierte en la historia - entre otras cosas- la construcción de vínculos de una importancia sin precedentes entre el Estado y el control. Jurisdicción fragmentada, soberanías compartidas, honradeces múltiples a los cuerpos intermedios que caracterizaban la compleja vida política del “Antiguo Régimen”, iban a surgir el “Estado” y la “Nación” modernos. El vasallo de tal señor, el tema del rey, el noble, el clérigo, el campesino de tal provincia, el colega, el miembro de un oficio iban a dejar lugar a los “ciudadanos de la nación”. Como tales, se someterían a una legislación uniforme y obligados a garantizar la buena marcha y la seguridad de su “patria”. En paralelo, y no sin muchos regateos, el Estado iba a dejar de ser el patrimonio de una familia real, de un linaje. Independientemente del sistema de Gobierno, la idea se impondría que la soberanía residía esencialmente en la nación. En consecuencia, el Estado debía emanar de ésta y ser el reflejo de la “voluntad nacional”.
La révolution morale en faveur du système monarchique : l'Empire, les conservateurs et la "volonté nationale"
Después de 1789, la historia del Estado-nación moderno se convierte en la historia - entre otras cosas- la construcción de vínculos de una importancia sin precedentes entre el Estado y el control. Jurisdicción fragmentada, soberanías compartidas, honradeces múltiples a los cuerpos intermedios que caracterizaban la compleja vida política del “Antiguo Régimen”, iban a surgir el “Estado” y la “Nación” modernos. El vasallo de tal señor, el tema del rey, el noble, el clérigo, el campesino de tal provincia, el colega, el miembro de un oficio iban a dejar lugar a los “ciudadanos de la nación”. Como tales, se someterían a una legislación uniforme y obligados a garantizar la buena marcha y la seguridad de su “patria”. En paralelo, y no sin muchos regateos, el Estado iba a dejar de ser el patrimonio de una familia real, de un linaje. Independientemente del sistema de Gobierno, la idea se impondría que la soberanía residía esencialmente en la nación. En consecuencia, el Estado debía emanar de ésta y ser el reflejo de la “voluntad nacional”.