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Morirse está en hebreo

Vega-Gil Rueda, Armando, 1955-

Morirse está en hebreo

El ridículo es una de las gasolinas que encienden el misterioso motor de la risa, del humor: esa máquina salvadora que, en el borde del llanto y el desgarramiento, nos alivia e ilumina, o bien deconstruye las fachadas de la realidad para mostrarnos los fragmentos de verdad que ocultan esas mismas apariencias que nos asediaban con su gesto severo: el mundo en calzones… La ridiculez no necesita de una caricatura para contrastar ni evidenciar las desmesuras de la vida; lo ridículo es en sí mismo un botón de las miserias humanas que, vistas fuera de la arena en la que los payasos trágicos se agarran a pastelazos, nos mueven a la pena ajena, esa terrible sensación de vergüenza que nos provocan el desaforo, la ruptura de las formalidades cívicas, el aplastamiento de las buenas costumbres, el mal gusto, el incumplimiento por inconciencia de los protocolos y normas. De hecho, la ridiculez asumida como un acto consciente es un detonador, una herramienta que libera al hombre de sus ataduras más temidas. El miedo al ridículo.





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